18. ¡Me Caigo! (Relato Negro)
Tania corría por la calle llorando, las campanas resonaban en toda
la plaza, era medianoche. Tania se sentía
muy mal, pensaba en Jorge pero sus lágrimas demostraban el dolor que sentía, no
quería pensar en él, no quería pensar que lo había perdido, que se había quedado
sin novio, ella solo quería reconquistarlo de alguna forma y seguir con él. Pero
la situación era muy diferente, hacía un mes que se lo habían dejado, y durante
ese tiempo, la vida que Tania parecía tener sentido, de pronto todo cambio para
estar en su contra.
En tan solo la primera semana, Tania había perdido completamente
el apetito, sus padres estaban muy preocupados, porque no salía de su habitación
en todo el día, se pasaba toda la noche llorando y cuando conseguía conciliar
el sueño, gritaba de dolor por las pesadillas que le atormentaban noche tras
noche. Durante el día, restaba tumbada en la cama mirando el techo, preguntándose
eternamente - ¿Por qué a mí?- entre otras preguntas que no conseguía obtener
respuesta alguna, pero no hacía nada más. Marisa, su madre, le interrumpía los
pensamientos varias veces al día, llevándole una bandeja con un plato de comida
y algo de beber, Marisa entendía que quería estar sola, pero a veces le ofrecía
conversación que evidentemente Tania se echaba hacia la izquierda agarrando la
sabana y empezaba a llorar de cara a la pared. Marisa cuando veía ese panorama
quería consolarla pero siempre Tania le respondía -¡No quiero tu lástima, mamá!
¡Vete, quiero estar sola!- decía ella gritando quebrada por el dolor. Marisa
obedecía sin decir nada, volvía a la puerta para apagarle la luz y la puerta para
dejarla a oscuras, ya que Tania ni había tenido el valor de subir la persiana
para que entrara la luz del Sol.
En tan solo una semana Tania perdió un quilo y medio de peso, no
comía nada, pero de vez en cuanto picaba algo del plato que le traía su madre,
así Marisa cuando volvía a recogerle el plato, se quedaba un poco más
tranquila, pero verla llorar y tan destrozada, a Marisa se le partía el alma. La
siguiente semana Tania tenía que levantarse para ir a trabajar, su jefa ya
estaba preocupada por ella porque no se había pasado por la tiendo durante la
tarde del sábado, ya que desconocía la situación de ella. Tras verte casi un
cubo de lágrimas, el lunes a primera hora de la mañana Tania consiguió
levantarse de la cama para prepararse para ir a trabajar, tenía por costumbre
recordar que el primer día de la semana era el día más duro ya que muchos
clientes van a comprar, tras pasar el fin de semana. Sin apenas desayunar, Tania
salió de su casa, para dirigirse a la plaza del centro, allí estaba la tienda
pequeña de alimentación dónde trabajaba.
Entró sin apenas decir nada, y se fue para el almacén para hablar
con Edurne, su jefa que estaba retirando unas cajas para reponerlas en las
estanterías de la tienda. Edurne se giró y la vio se quedó con una cara de
preocupación pero aliviada de haberla visto, pero cambio su cara de nuevo al
verla que Tania no tenía buena cara.
- - Supongo que
tendrás una explicación coherente porque el sábado no apareciste. – exigió
Edurne, sin dejarla de mirar a los ojos de Tania que empezaban a llorar de
nuevo.
Tania no dijo nada, se echó a llorar y se fue en busca del baño
que hay cerca del almacén, Edurne, preocupada por ella, dejó las cajas en el
suelo y la empezó a perseguir hasta que Tania se encerró en el baño con el
pestillo, y se echó a llorar todo quedándose sentada en el suelo apoyada en la
puerta. Ese día Tania perdió su trabajo, que tampoco le importaba demasiado.
Dos días más tarde Julio, su padre, le sacó de la cama para que
dejase de lamentarse y quisiera tener alguna esperanza de vivir la vida, Tania
se resistía, pero Julio siempre tenía muchos recursos, finalmente optó para
tirar-le de la cama y obligarla a ir a desayunar para ocuparse del día. Ya que
había perdido el trabajo, Julio le ofreció que le ayudase a construir el
encargo que tenía, ya que su padre es carpintero, Tania quería decir que no,
pero sabía que su padre le obligaría de todos modos, así que aceptó sin
entusiasmo por nada.
A la semana siguiente, Tania empezaba a tener algunas ganas de
hacer algo más que sentarse en la cama y no hacer nada, así que llamó a su
mejor amiga Vero para quedar durante la tarde para hablar de cosas de chicas,
Vero aceptó enseguida. Quedaron en el banco de la plaza, cuando Vero llegó se
fueron a dar una vuelta por los jardines botánicos no estaban en su mejor
momento porque estaban a vísperas de Navidad, pero ver los matojos decorados
con las luces, siempre era hermoso. Tania si había quedado con Vero era para
hablar de lo ocurrido con Jorge pero resultaba que Vero era una persona más
bien huraña y no quería escuchar nada respecto al tema, ya que nunca le había
caído bien. Eso a Tania le sintió peor que un dolor de muelas, allí se dio cuenta
de que se había quedado completamente sola ante el mundo, porque ni su mejor
amiga que confiaba en ella, podía hacerle el favor de escucharla de poder
expresarse realmente como se sentía para poder quizás a liberarse un poco de la
presión que se le había sometido últimamente, quería escucharla.
Y durante la última noche, cuando hacía un mes de todo lo
ocurrido, había quedado con Vero para salir al teatro, cuando llegaron a casa
de Vero tras la función que evidentemente Tania no le hizo demasiado caso, y se
dio cuenta que no quería estar allí. Vero le acercó con el coche a su casa,
pero Tania le pidió que no le trajese a casa, sino que desde casa de Vero ya iría
a su casa dando un paseo bajo la luz de la luna, que se había puesto a brillar
en su máximo esplendor, Vero acató esa orden sin preguntar. Así que antes de
poner el coche en el garaje, Tania se quiso bajar del coche antiguo, y sin casi
despedirse ella empezó a andar hacia su casa que tenía un camino un poco largo
de más de diez minutos.
Cuando ya había dejado atrás la casa de Vero, empezó a correr dirección
a los jardines botánicos, había decidido de golpe que no quería volver a su
casa, pasó por la plaza, cuando las campanas repicaban la medianoche, ella
lloraba y lloraba, sus ojos le hacían daño de tanto llorar. Estaba cansada pero
no quería parar de correr, quería mantener la mente en blanco, pero hacía
demasiado tiempo que la mente le perturbaba durante todo el santo día e incluso
corriendo no le servía de mucho. Su mente de pronto le mostró un lugar al que
tenía que ir en los jardines botánicos, así que se puso rumbo hacia allí. Cuando
llegó, se detuvo antes de cruzar el puente medieval dónde pasaba un río que tenía
bastante caudal, se quedó a observar el puente mientras recuperaba el aliento
que le bastó con unos escasos minutos.
Caminó lentamente por el puente de piedra, solo se escuchaba el
caudal del río que bajaba con fuerza en la cascada pequeña que se abría justo
debajo del puente, y sus pasos. La noche estaba demasiado tranquila, los pájaros
dormían y la gente estaba en sus hogares viendo la televisión. Tania caminó
hasta la mitad del puente, para desviarse al lado izquierdo, vio la impresión de
la caída de la cascada, respiró profundamente una vez y miró que nadie paseará
por allí a esas horas, entonces, empezó a subir la barandilla para quedarse al
otro lado, se agarró fuerte de cara a la cascada, lo único que quería era
saltar y olvidarse de esta vida. Estiró los brazos para abalanzarse un poco
hacia la cascada, miro al frente y cerró los ojos para decir unas últimas
palabras.
- - Jorge no te
olvides de mí, nunca.- dijo al viento Tania.
Tania se soltó de las dos manos de la barandilla y empezó a bajar,
pero en un segundo alguien le agarró del brazo derecho y ella abrió los ojos y
vio a un chico rubio, con fuerza suficiente para ayudarla a volver al puente,
ella se quedó prendida de esos ojos verdes tan brillantes que la estaban
mirando, que Tania se dejó ayudar.
Una vez en el puente Tania quedo entre los brazos del joven, se
quedaron en silencio abrazados, Tania se dejó llevar por la impresión y el
chico le correspondió el abrazo todo suspirando aliviado de la tontería que
estaba a punto de realizar Tania.
- - ¿Pero en qué
estabas pensando, chica?- le dijo el joven.
- - En que el
mundo es una mierda…- contestó ella, aliviada pero sus sentimientos no
cambiaron.
- - Pues ¡quítatelo
de la cabeza cuanto antes! Eres muy joven para abandonar…- dijo el muchacho.
Tania se separó y le miró a la cara, el muchacho tenía la piel muy
blanca, era tan hermoso que parecía que fuese un ángel.
- - ¿Cómo te
llamas?- le preguntó Tania curiosa.
- - Soy Ariel. –contestó
firmemente pero muy simpático.
Después de tanta tristeza, por fin Tania volvía a sonreír. Ariel
le ofreció acompañarla a su casa y Tania le aceptó, esa noche podía haber sido
peor, pero siempre hay un segundo dónde la perdición se convierte en suerte y
puede cambiarte de nuevo la vida.
HR.
Este relato es un poco autobiográfico, algo que me ocurrió en el 2015.
HERO&Corporation.
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